viernes, 20 de enero de 2012

UN PUEBLO DE LA MANCHA: EL PICAZO


La Manchuela es una subcomarca natural que se extiende por una buena parte de las provincias de Albacete y Cuenca, estando integrada en la Mancha total que inmortalizó Cervantes. Tierra de viejos hidalgos, cuya presencia se mantiene al cabo de los siglos en un sinfín de casonas-palacio, timbradas con elegantes escudos heráldicos que ennoblecen sus fachadas.
            El Picazo es uno de los pueblos situados en el corazón de la Manchuela Conquense donde se dan todas esas características comunes, y algunas otras propiciadas por su situación junto al río que lo hacen diferente. El hecho de tener a su orilla el Júcar lo enriquece con matices y con particularidades propias, como pudiera ser que a lo largo de su historia muchos de los vecinos hayan podido vivir del producto de sus huertas.
            El pueblo ocupa el centro de una llanura en plena vega, y se anuncia en sus proximidades con un importante retazo de pinadas manchegas, de viñedos, de campos de olivar y densas arboledas en ambas márgenes del río, junto a las que todavía pueden verse, como en las pinturas de los impresionistas franceses, las ruinas de algún viejo molino, a manera de documento de un pasado todavía reciente.
            Al andar por las calles de El Picazo uno se va encontrando a cada paso con casonas que nos hablan de la hegemonía que ejercieron sus dueños sobre el resto de la población durante los siglos del XVI al XIX, y como muestra de todas ellas ahí queda el solemne edificio de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, del siglo XVI, o los palacios de D. Diego y D. Mateo de Villanueva, ambos del siglo XVII; el de D. Juan Hidalgo Carrillo, del XVI; o el de los Ruiz de Monsalve, como fondo a una placita ajardinada con su correspondiente monumento y fuente en mitad.
            Se trata de un pueblo próspero, que sostine su índice de población en torno a los 800 habitantes y vive de su trabajo. Existen algunas industrias, y para los amigos del reposo, amantes del sosiego después de una jornada de lucha por la vida, o por simple placer, mantiene El Picazo entre otros establecimientos y servicios, una terraza envidiable a la vera del río, que no tengo por menos que recomendar. Le llaman “La Pradera”, y cuenta con un buen servicio de bar y exquisitas tapas, que ayudan a dulcificar el ánimo en las tortuosas tardes de calor, tan propias de los estíos en la llanura manchega, y con una panorámica gratificante en torno suyo como la que aparece en la fotografía, que de verdad te invito a conocer y a gozar de ella si tienes ocasión. Estamos en La Mancha, amigo lector, la más universal de las tierras de España.     

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